Hoy, la vida se nos ofrece realmente amplia y ambigua. Basta ver el desfile de – otrora – intocables, deshaciéndose en explicaciones, frente a audiencias variopintas y transversales.
Antes era muy simple (hasta simplón diría) elegir qué camino seguir, pues mucho nos estaba dado por padres, religiosos, rectores y gobernantes (por nombrar sólo algunos depositarios de la autoridad).
Hoy la cosa – eso, la cosa – no es para nada simple.
Frente a tanta agotante ambigüedad, el coaching asoma, entre varias otras opciones, como una forma de plantearse – y pararse – con mayor solidez, frente a los desafíos a los que nos vemos enfrentados diariamente. Esto en cualquier ámbito.
En especial el coaching ejecutivo, cuyo principal foco es el “performance” profesional de los individuos. El cómo mejorar ese desempeño.
Y ¿para qué mejorar/cambiar ese modo de operar?
Simple, muy simple: para ser más felices, más fácilmente.
Todo está interconectado, y obtener mejores resultados en el ámbito del trabajo, sólo será posible si otros ámbitos de la vida, también están funcionando bien.
El Coach Ejecutivo acompaña al Coacheé (su cliente) – fundamental, pero no exclusivamente – en ese camino de cambios y mejoras que lo llevarán a decir: hoy lo hago mejor y me resulta más agradable hacerlo. ¡Soy una persona más feliz!